Proyecto ‘A Casa’ de Bechara

Adriana Herrera T.
El Nuevo Herald, Miami, EUA, 2006 (imprensa)
Texto original em espanhol

 

 

A comienzos de los años noventa era usual ver al artista brasileño José Bechara – cuyo aplaudido proyecto A Casa se exhibe por primera vez en Estados Unidos en Diana Lowenstein Fine Arts de Wynwood – entrando en la cooperativa de camiones de Río de Janeiro. Cargaba entonces sobre sus hombros una lona nueva, de esas que usan los transportadores para cubrir sus cargas en las carreteras y, en una versión contemporánea de Las mil y una noches, hacía su pregón de nuevo Aladino: “Cambio lonas viejas por lonas nuevas”. En ese tiempo sus trabajos pictóricos geométricos reflejaban sus preocupaciones sobre el color y la forma. En las superficies de las lonas viejas encontraba una cualidad, una serie de “ocurrencias visuales” que no podía haber logrado en las lonas nuevas. Llegaba a su casa con telas marcadas por el uso, llenas de manchones y huellas que hablaban del paso del tiempo, del desgaste de los objetos y a partir de ellas, construía sus composiciones. Enfrentaba la pintura llena de texturas, pero creada en su estudio, a esa otra “pintura” de tonos plomizos que los largos caminos dejaban sobre las lonas que una vez habían sido blancas.

Fue en una de esas lonas deterioradas donde advirtió la coloración del óxido originada por el contacto de la tela con una pieza de hierro. Esa marca ferrosa, esa tensión de color creada por un acontecimiento sobre la superficie, lo hizo advertir el proceso fascinante de la oxidación que es el modo en que el tiempo transforma la presencia de hierro – oscuro y pesado – en un amarillo ocre. “Cuando el hierro desaparece sólo queda una huella visual”, dice. Obras como Paramarelo reflejan esta fascinación. El título es un juego semántico con amarelo, amarillo en portugués. Llama la atención sobre un color “inventado” por el hierro que Bechara reproduce con un juego de texturas y gradaciones que van “más allá del amarillo” hacia el bermellón y el negro. Arrancar de lo cotidiano los objetos atados a una función y provocar una contemplación de su forma, tanto como del rastro que el tiempo y el uso dejan en ellos, es crear una experiencia poética unida a lo vivido, al “mundo habitado”.

A partir de entonces comenzó a producir oxidaciones no sólo en las telas, sino en objetos. Su visión del arte cambió: a su reflexión pictórica formal yuxtapuso la consideración de lo simbólico. En sus aproximaciones al mundo de la representación es clave la transición que marca Nupcias. Bechara pasa de la pintura tradicional en un plano, a someter dos colchones matrimoniales a un proceso especial de oxidación y de pigmentación con bermellones y amarillos. La obra funciona como un volúmen geométrico, pero al tiempo es metafórica y habla del desgaste del lecho, de los conflictos conyugales.

“Temas como memoria, mundo habitado, la idea de un final de todas las cosas, me llevaron a trabajar con la forma de objetos donde está la marca de las actividades diarias, como la piel”, dice Bechara. En efecto, en las obras que hizo para la colección del Culturgest de Lisboa, ya no usó lonas, sino pieles de toros grandes y viejos, llenas de cicatrices, tatuadas por el tiempo. Bechara utilizó zonas oscuras de la piel que cubren el miembro del toro y aplicaciones vegetales de chumbos o higos en forma de mariposas para evocar el ombligo y el pubis de una mujer en una composición geométrica formada por nueve cuadrados. Esas pinturas, en las cuales la visión formal se fundía con la noción de “signos humanos” fueron el antecedente de una crisis que partió su vida artística en dos.

En el año 2002, Bechara fue invitado como pintor a una residencia única en Faxinal do Céu, en la ciudad de Pinho, estado del Paraná, en la cual durante dos semanas 100 artistas –acompañados por críticos de arte y periodistas– debían crear obras que mostraran la naturaleza del arte contemporáneo. Hasta el día 12 Bechara no había hecho nada. “Estar lejos de mi estudio, de mi urbe, era alejarme de mi memoria… Incapaz de crear nada, sentía dudas sobre mí como artista”. Salió a dar vueltas en torno a la casa que albergaba a los artistas, se sentó en un banco a meditar sobre su bloqueo y de pronto, observándose en ese espacio, vio la forma sobre la que estaba sentado como un volumen y empezó a mirar la inmensa cantidad de cuerpos geométricos que lo rodeaban. Una ventana abierta era un vacío rectangular perfecto para encajar el banco. Haciéndolo, descubrió que acababa de crear un cuerpo distinto, una forma escultórica que ahora impedía las funciones – ver afuera de la ventana o sentarse en el banco -, que trastocaba los objetos de la casa, pero que a la vez desencadenaba una fascinante contemplación. “Todos los objetos que el hombre usa en su vida diaria son geométricos y reflejan la vida familiar. Mesas, sillas, camas, están impregnadas de nuestro día a día”, dice Bechara.

“Hay muchos puntos de convergencia entre los aspectos formales y simbólicos tanto del proceso pictórico como del proceso escultórico”, señala. En los tres días restantes se dedicó a crear “esculturas” combinando cubos, esferas, todas las formas geométricas de los muebles de la residencia. Así nació el proyecto A casa, The House.

Al desocupar la casa de los objetos que la hacen habitable, que permiten sentarse, comer, leer, amar, dormir, Bechara crea una obra que saca los objetos del mundo en el que están insertos y los incrusta en el espacio exterior. La obra está compuesta tanto por el espacio vacío en el interior de la casa –la privación de lo habitual, la ausencia de objetos referentes en la memoria–; como por la exposición de todas las formas expulsadas afuera –la geometría del hábitat humano. En términos simbólicos plantea la recreación estética, arrancada de la percepción cotidiana, de un espacio afectivo. Durante los últimos años Bechara ha ahondado su investigación en esta dirección que nació de una experiencia vital, pero que igualmente retoma el hilo de la Bauhaus y su fusión de arte y arquitectura, extendiéndolo a un territorio emocional y a una percepción fenomenológica sobre los objetos. Sus trabajos de arte rastrean la experiencia del ser humano en torno a la casa, ese objeto crucial que cambió su vida de nómada desarraigado por la de quien erige un refugio para irradiar un mundo civilizado en torno suyo.

Para la instalación en Diana Lowenstein Fine Arts Bechara pasó los primeros días en Miami recorriendo depósitos. Luego, a partir de la experiencia física con sus formas, armó su construcción con volúmenes geométricos. ”Es una experiencia que surge de una zona mixta, intermedia. Se puede pensar que es una escultura, pero plantea también un `empoderamiento” del espacio que obedece a las leyes internas de la instalación””. La obra final exhibe un rigor formal y “despierta asociaciones poéticas que entrelazan la noción de los espacios internos y externos del ser humano””.De manera paralela a la muestra en Miami, en el Centro Helio Oiticica de Río de Janeiro Bechara mostrará en escala real por primera vez sus muebles oxidados, metáfora del fin al que se abocan las vidas y los vínculos, así como los mismos objetos que el ser humano crea para habitar el mundo.